viernes, 25 de marzo de 2011

En el día de la Memoria

En esa esquina que en primavera huele a paraíso estaban los dos estudiantes. Él tenía las zapatillas sucias y una mochila medio descosida. El Colo, como le decían en la escuela, se acomodó el gorrito de lana mirando para todos lados. Ella dejó el paquete al lado del árbol.
Se tomaron de la mano. A veces todo el universo está de acuerdo y hace que dos sonrían al mismo tiempo.
El viento los empujaba hacia el parque.

Dos patrulleros se cruzaron delante de ellos. Ocho hombres bajaron con armas largas.
El viento se detuvo y cada uno sintió un silencio mordiendo por dentro.
Con palabras y empujones los arrastraron hasta la calle.
Tenemos que escapar, pensó él.
No hicimos nada grave, nada malo tiene que pasar, rezó ella.
A los dos les temblaban las piernas y les sudaban las manos.
En esa ronda de pesadilla no había mucho para elegir.
El le susurró- Cuando te diga.
Y ella respondió- Mejor nos quedamos.

Desde el otro lado, un policía miraba a sus compañeros sin dejar de apuntar. Todos parecían alterados y nerviosos. El paquete seguía al lado del árbol.
Él dudaba. Tal vez esos chicos le recordaban su propia adolescencia, ahora tan lejana y extraña.
No le parecían peligrosos. Se veían asustados como las liebres cuando se ven cercadas.

Desde adentro del Colo una fuerza lo impulsó a tirar de la mano de su compañera para salir corriendo. Así fue. Los hombres se les quedaron mirando como incrédulos.
Apenas corrieron unos metros. Los disparos los dejaron en el suelo y de la mano.

Alguien levantó el paquete que había quedado al borde del árbol. Los panfletos pedían por un boleto estudiantil que permitiera a todos llegar a la escuela.

A ellos ya los llevaba el viento.

Ana Casale   Dar el Salto

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