sábado, 15 de enero de 2011

Cuentos para compartir



Fracasador - Sergio Gaut vel Hartman
El día que Francisco Cazón cumplió sesenta años hizo balance de su vida y llegó a una triste conclusión: había fracasado. No se recibió de médico, ingeniero o administrador de consorcios; tampoco logró ser barrendero o fumigador. Su vida sentimental había sido un desastre y aun cuando llegó a casarse con Almita, fracasó en la noche de bodas y en todas las noches que siguieron. Tampoco tuvieron hijos, claro, y no se animó a recurrir a la adopción, fecundación asistida o clonación, ya que estaba seguro de que todo habría salido mal. Como lógica consecuencia, no se atrevió a plantar el árbol y mucho menos a escribir el libro. Así se escurrió la vida entre los dedos de Francisco Cazón, de fiasco en fiasco. ¿Qué quedaba por hacer? Sólo una cosa, y en esa no fracasaría: Francisco Cazón decidió morir por propia mano para tener éxito en alguna empresa, aunque no pudiera quedarse para ver el resultado. Pensó largo y tendido y descartó todos los métodos: podía errar el disparo, romperse la cuerda, el tren frenar a tiempo... Así que eligió un sistema infalible: se sentó en una silla frente a la ventana y esperó a que la falta de alimento hiciera su trabajo. Supo, con absoluta certeza, que esta vez no fracasaría.
Pero fracasó. Al cumplir ciento veinte años, Francisco Cazón reflexionó acerca de qué significaba pasarse sesenta años sentado en una silla y no morir. ¿Podía ser considerado un fracaso? No, ya que había logrado un relativo éxito en una dirección impensada: era inmortal, o por lo menos muy longevo. No había comido nada en sesenta años; había estado todo el tiempo sentado, mirando por la ventana. Era inexplicable, pero no se atrevió a moverse por temor a que cualquier acción lo hiciera fracasar. Así que siguió sentado, sonrió y, por primera vez en su vida, el éxito, o algo bastante parecido, circuló por sus arterias.







El espejo mágico - Guillermo Vidal

—Espejito, espejito.
—¿Mi reina, te digo que eres la más bella?
—No, gracias, ando bien de autoestima.
—¿Quieres saber quién es la más bella?
—Cenicienta, si se arreglara un poco, anda con una facha y no se le puede decir nada. ¡Adolescentes!
—Mi señora, sospecho que nos estamos yendo de cuento.
—¿Sí, qué dije?
—Cenicienta, en vez de Blancanieves.
—¿No te conté? Blanca se fue a vivir sola, dice que soy una bruja, pero tengo a mi sobrina, Cenicienta, otro tesoro. Se hartó del príncipe y no aguantaba a la suegra; le partió el zapato de cristal en la cabeza y escapó. Haceme un favor: te va a venir a consultar una reina vecina; se hizo algunos arreglitos, decile que está linda, ¿dale? Después charlamos.

Una bio, también breve:


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